28 sept 2009

El movimiento "Slow Money" trae el dinero de vuelta a casa.


Esta filosofía busca cambiar la actitud hacia la inversión y se apoya en una moda que en EE.UU. consiste en comer sólo alimentos locales. De qué se trata

Woody Tasch, ex capitalista de riesgo, viaja por todo Estados Unidos con la advertencia de que el dinero circula demasiado rápido. Miles de millones recorren los mercados globales cada día, agrupados en paquetes financieros tan complejos que resulta casi imposible determinar qué tipo de bienes una persona posee.

Tasch tiene un antídoto que consiste en un cambio fundamental en nuestra actitud hacia la inversión. Tomando una página del movimiento Slow Food (comida lenta, en inglés), que exhorta a los consumidores a tomarse el tiempo de saborear comidas elaboradas en casa, Tasch ha llamado a su filosofía Slow Money (o dinero lento). El punto crucial del movimiento es persuadir a los inversionistas para que dirijan parte de sus fondos a negocios que puedan ver, oler y hasta probar para construir un portafolio donde el crecimiento se mida no por la evolución en bolsa sino por la lenta maduración de un tomate, destaca un artículo publicado por The Wall Street Journal Americas. Eso suena dramático, pero Tasch argumenta que invertir en agricultura local y sostenible proporcionará un retorno envidiable, aunque no sea el mismo al que muchos están acostumbrados. Si todo sale bien, los inversionistas verán una ganancia modesta de 3%, o hasta 6% a lo largo de muchos años. Pero para Tasch, el dividendo real, dice, es la diversidad. En una era de agricultura industrial, donde millones de hectáreas están plantadas con la misma variedad de maíz y millones de cerdos son criados para ser genéticamente idénticos, las pequeñas granjas locales se pueden considerar verdaderos fondos de cobertura. Tal como detalla WST Americas, conservan semillas de variedades de vegetales ancestrales y razas de animales raros; fortalecen la tierra con nutrientes orgánicos; crean mercados locales que conectan a los productores directamente con los consumidores. Tasch tiene en mente a granjeros como Martin Ping, del norte del estado de Nueva York, que invita a sus clientes a invertir en proyectos como una planta procesadora de queso. Los inversionistas pueden esperar un retorno de sólo 3 por ciento. Pero también tienen acceso a una fuente de queso recién hecho y a la convicción de que ayudan a preservar un entorno agrario. "Tienen que redefinir lo que es un retorno", dice Ping. "Yo les digo, vengan al campo y observen crecer su dinero", añade. El movimiento Slow Money se apoya en la moda que en Estados Unidos ha recibido el nombre de locavore o "locávoro" y consiste en comer sólo alimentos locales, es decir que hayan sido producidos en un radio de 160 kilómetros. Pero esa tendencia ha generado escepticismo. En su nuevo libro, Just Food (que significa Sólo comida) el historiador James McWilliams dice que demasiados "locávoros" tienen una idea romántica de las pequeñas granjas, algo que les impide ver los pasos que podrían tomar para estimular a que la industria agrícola global adopte mejores prácticas medioambientales. "Debemos evitar pensar que la pequeña escala es la respuesta", asevera. Incluso algunos de los mayores defensores de las granjas pequeñas no están convencidos con la filosofía del Slow Money. Gastarán gustosos más dinero en productos orgánicos, pero invertir su jubilación en una granja de hinojo es otro tema. Una convención reciente sobre el Slow Money atrajo 400 personas a Santa Fe (Nuevo México) y, aunque el idealismo sobraba, también había temor. "No voy a mentir, es algo que da miedo", señala Christopher Lindstrom, uno de los herederos de la fortuna Rockefeller, que dice que tiene intención de invertir todo su portafolio en empresas locales pequeñas, sobre todo agrícolas. Lindstrom ha invertido en bonos y acciones tradicionales toda su vida, así que poner su futuro financiero en manos de un ganadero de cabras "es como tirarse por un precipicio", dice. Algunos granjeros también están preocupados. Ed y Michael Lobaugh fabrican quesos artesanos a partir de leche de cabra en su granja en Nuevo México. En el último año, han obtenido tres préstamos de inversionistas locales, por un total de u$s15.000, para construir cámaras para curar el queso. Pero ahora necesitan u$s50.000 para un pasteurizador y otros artículos, consigna el prestigioso diario. A los Lobaugh les gusta el concepto del Slow Money, pero temen que sea más problemático que un préstamo tradicional. Su miedo, específicamente, es que si un inversionista adinerado inyecta grandes sumas en su empresa, podría exigir tomar parte en su gestión. También temen que inversionistas menores les ahoguen con pedidos para visitar la granja y probar sus quesos, así como con interminables preguntas sobre las cabras. "Todavía estamos viendo" si vale la pena, destaca Ed Lobaugh. Tasch ha trabajado en inversión socialmente responsable durante años, gestionando fondos para fundaciones y distribuyendo millones de dólares en capital para nuevas empresas. Se acercó al movimiento Slow Money hace varios años, dice, pero todo cristalizó tras el colapso financiero del año pasado. "Debemos bajar el dinero de nuevo a la tierra", señala. Sabe que no será fácil, agrega. Pero el Slow Money no es nada sino paciente, concluye The Wall Street Journal.


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