7 puntos sobre la globalización. Parte lógica de la libertad...
Un punto interesante presente este autor, donde nos comenta los enfoques y situaciones que nos sucede con este fenómeno que no es nuevo.
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No creo equivocarme al establecer a la globalización como un hecho que produce un fuerte nivel de controversia es el villano favorito de muchos. La globalización es tachada de generadora de pobreza, de pérdida de empleos y de una larga invocación de calificativos.
Tantas son las quejas, tan abundantes los insultos. que merece verse este fenómeno sin ellos y ser capaz de entenderlo desapasionadamente.
Lo primero que llama la atención es que la globalización no es nueva. Son siglos de globalización los que tenemos. El más obvio de los ejemplos es Marco Polo (1254-1324) y sus famosos viajes —pero es sólo uno de famosos movidos por la idea de ir más allá de sus tierras y dentro de los que debe mencionarse a Enrique el Navegante (1394-1460). No parece que el género humano sea uno satisfecho con quedarse quieto en un lugar.
Si a esto añadimos nuestra tendencia a comerciar e intercambiar bienes (Smith, 1993), la globalización resulta el estado natural de los humanos, desarrollando contactos en todas partes del planeta, así sea para comercializar un litro de aceite de oliva o una botella de tequila. Es fácil ver en la historia una tendencia clara a la internacionalización, mucho antes de que la idea de nación surgiera. De la civilización olmeca, por ejemplo, se ha escrito (Bernal et al., 2000) que “Parece como si el comercio olmeca importara productos naturales que elaboraba localmente
para exportarlos ya manufacturados. Sería lo que ocurre con las grandes piedras o con el jade,
que no se hallaban en la región.”
Por demás interesante es un testimonio de 1340 aproximadamente. Francesco Balducci Pegolotti, agente de una familia banquera de Florencia, aconsejaba a los mercaderes “no olvidar que si se trata a los oficiales de las aduanas con respeto y se les hace un obsequio en bienes o dinero... ellos se comportarán con gran civilidad, y siempre estarán listos parar valorar los bienes por debajo de su valor real”. El dato (Boorstin, 1983) es prueba de la tendencia natural y de cómo se han solucionado durante siglos los obstáculos que ellas enfrenta.
Éste es mi primer punto en pro de la globalización: ella es parte de una tendencia humana natural movida por las ansias de conocimiento y de comercio. Lo opuesto, una persona encerrada en su lugar, sin movilidad, ni curiosidad es contraria a esa esencia humana. Si no es posible aislar a todas las personas unas de otras para que vivan al estilo de un ermitaño, resultaría igualmente reprobable forzar a los habitantes de una nación a no conocer a los
habitantes del resto de los países.
Globalización es una palabra nueva para describir una antiquísima costumbre humana: ir más allá de sus fronteras y beneficiarse con intercambios mutuos. Pero en esas salidas al exterior hubo un elemento adicional, natural en sus tiempos y reprobado en los actuales iban esas salidas acompañadas de deseos de conquista y dominio sobre otros: ya no había en ellas la sencilla motivación de intercambiar una cosa por otra, había que tomar por la fuerza y ganar
gloria y riqueza para Roma, para España, para Inglaterra. Eso lo conocemos como imperialismo y no es propiamente una cualidad de los pueblos, sino de los gobernantes.
Por tanto, en este segundo punto quiero enfatizar la singularidad de esos dos conceptos,globalización e imperialismo. No son iguales y no deben ser confundidos, porque al hacerlo los juicios se oscurecerían. Sigo las breves definiciones de una obra (Heywood, 2003):
• Imperialismo es la “extensión del control de un país por parte de otro, ya sea por medio de control político abierto o por medio de dominación económica”. Del imperialismo ortodoxo, militar y político, el autor incluye eso de dominación económica que es vago y resbaladizo.
• Globalización es “una compleja red de interconexiones por la que la vida es alterada por decisiones y eventos que suceden a distancia; la globalización refleja la creciente permeabilidad de la nación-estado”. Curiosa actitud de quien piensa que la vida puede dejar de ser alterada por sucesos externos y que refleja a lo que después me referiré, el miedo.
Sobre esta base es posible intuir diferencias. El imperialismo lo aplican los gobiernos, y la globalización, los ciudadanos —por eso es que el imperialismo usa la fuerza que no es una opción ciudadana. El imperialismo persigue el dominio de otros, la globalización no. El imperialismo coloca a una nación bajo el dominio de otra, la globalización hace interdependientes a las personas de muchas naciones. La parte que sin duda preocupa es la de la “dominación económica” de un país sobre otro.
Es posible aislar al imperialismo de la globalización porque el primero es obra de un gobierno que usa la fuerza sobre otras naciones con el objetivo de dominarlas políticamente. La globalización no es obra de gobiernos, ni usa fuerza, ni pretende dominio político. Pero, sin duda hace surgir temores de dominación por su posible control económico —lo que sea que ello signifique en la práctica.
Pero los temores son reales y hacen que la globalización, en la mente de algunas personas, sea vista como un imperialismo envuelto en diferente ropa. Para estas personas, las empresas extranjeras son nuevos ejércitos de invasión que buscan empobrecer a las naciones para su beneficio. Contra una visión de ese tipo, no creo poder argumentar nada convincente para esas personas y dejo el tema para seguir.
La globalización, por cierto, va más allá de esa definición y está caracterizada por ser un libre tránsito de personas y bienes sin interferencia gubernamental, dentro y entre las naciones es poder ir de un lugar a otro sin trabas gubernamentales, sea mi persona o mis bienes. La globalización es un concepto personal, de libertad individual, que permite comprar y vender donde se desee.
Es el tercer punto que quiero señalar. La globalización se da entre personas, no entre gobiernos.
Es el italiano que compra al peruano; el ruso que vende al canadiense. Los gobiernos no realizan eso, lo hacen las personas y la globalización se puede tener cuando los gobiernos se retiran a sus funciones esenciales, dejando de estorbar a las personas en sus tratos. Globalizar es potenciar la capacidad personal del individuo para comprar y vender lo que desee a quien lo desee.
Si en Buenos Aires pueden comprarse vinos de Mendoza; si en Mérida puede comprarse cerveza de Monterrey, esa misma libertad se tiene para que el de Buenos Aires tenga cerveza de Monterrey y el de Mérida tenga vinos de Mendoza. Lo que ha impedido esto es la intervención estatal, que le ha prohibido al mexicano hasta hace poco, por ejemplo, comer salmón chileno.
Cuando la autoridad se retira, la globalización comienza, abriendo la libertad humana. La globalización es una parte de la libertad humana.
Y esto me lleva al cuarto punto. Muchos gobiernos son opositores a la globalización, sea por razones ideológicas, por ansia de poder, por desconocimiento, o porque son presionados por otro opositor del comercio libre. Ese otro enemigo es el empresario cuyos beneficios vienen del dominio del mercado interno —pocas cosas causan tanto miedo al productor doméstico como el retiro de la protección que recibe de fronteras cerradas. Hará el todo lo posible por evitar la competencia del exterior y presionará al gobierno con mil y un argumentos que mantengan su posición de preeminencia artificial. Los agricultores que reciben subsidios son un ejemplo tradicional de esto.
Los empresarios favorecidos así y muchos sindicatos usan un argumento de tanta popularidad que lo considero en sí mismo un enemigo, al que he visto usar por gente que en otras circunstancias es razonable y pensante. Es el argumento que señala que cuando las fronteras se abren, se pierden empleos nacionales. Pocos entienden que es un argumento lagrimal que defiende a monopolios locales que los lastiman y que no tiene justificación. La historia tiene dos lados:
• El lado que se ve es el de las empresas que cierran debido a un incremento de la competencia del exterior que ofrece mejores productos a precios más bajos. Si la situación fuera la contraria, la empresa nacional no cerraría. Suele decirse que si se abren las fronteras, todos perderían sus empleos —lo que significa reconocer que las empresas locales sirven mal al consumidor.
• El lado que no se ve es que la apertura de fronteras también crea empleos. El Toyota importado de Canadá necesita agencias de ventas y talleres de reparación. La cerveza holandesa requiere oficinas, transportación, distribución. La empresa local que es comprada por inversionistas extranjeros significa que dinero de fuera ha liberado dinero nacional para dedicarlo a otras cosas. Las empresas locales que antes tenían su mercado limitado al
consumidor doméstico, tienen ahora a otros países como mercados potenciales.
Así llego al quinto punto: desembarazarse del cierre de fronteras no es simple. Tendrá un costo, como una especie de medicina nada agradable que sí puede significar la pérdida de empleos en algunas fábricas, aunque el efecto en el empleo total sea positivo. Igualmente se darán diferencias entre regiones del país, unas más favorecidas que otras en el desarrollo producido por la apertura —la pobreza de quienes no se han beneficiado será usada como ilustración de lo malo de la globalización, olvidando ver el lado de quienes han sido beneficiados.
Pero el beneficio es general. Basta imaginar la situación por la que una apertura de fronteras reduce los precios de algunos bienes, como quizá los autos y los alimentos. Esa reducción de precios significa realmente una elevación del ingreso de las personas, lo que les lleva a elevar su estándar de vida. Este efecto en los consumidores, que son todos los habitantes de un país, es rara vez mencionado.
El sexto punto es el del miedo, miedo a lo incierto y desconocido. Quienes sospechan que su situación puede cambiar desfavorablemente, van a querer mantener las cosas como están es el preferir a lo malo conocido por parte de una variedad de personas de todos tipos, de derecha y de izquierda, que pedirán mantener las barreras al comercio y seguir dentro de lo que conocen (Postrel, 1998).
Es una actitud comprensible en algunos, pero injustificable en otros. Los cambios no son sencillos de aceptar y los privilegios, aún menos de perder. Y la perspectiva de enfrentar a empresas del exterior puede ser traumática para muchos que temen estar por debajo de los estándares mundiales. Muchos de ellos “venden” a los demás las ideas de “renunciar a la soberanía” y “rematar a la patria” —frases que tienen pegue entre quienes suelen ser propensos
a ser alimentados por sentimientos patrióticos que hacen equivaler a la soberanía con la propiedad estatal de empresas.
Finalmente llego al séptimo punto. No es un asunto económico, sino filosófico, concerniente a la naturaleza humana naturalmente inclinada hacia la libertad. Tomo el mejor ejemplo que conozco (Termes, 2001), del que cito lo siguiente. “Siempre he dicho que si un sistema económico proporcionara mejores resultados económicos a cambio de conculcar la libertad, habría que renunciar al mayor bienestar para salvar la libertad... es necesario defender la
libertad aunque de ella nacieran perjuicios en vez de beneficios. Lo que sucede es que se trata de un conflicto hipotético ya que... la eficacia económica está históricamente ligada a los sistemas basados en la libertad... Es preferible que haya libertad aunque la gente se porte mal, que tratar de implantar la ética a costa de la libertad...”
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